Una lectura superficial de lo que viene sucediendo a nuestro alrededor en lo político-electoral durante los últimos meses, nos habla de un cambio económico y cultural de enorme magnitud. Al respecto, no hace falta ser un avispado analista para reconocer el cataclísmico cambio de paradigmas a nuestro alrededor: el reinado de iliberalismo de izquierdas que comenzó hace aproximadamente una década parece estar llegando a su fin, desde su implantación imparable en 2008, con el triunfo entonces de Barack Obama en EEUU, aunque muchas prácticas provenían de antes, de fines de los años 80s y principios de los años 90s.
Basta ver, como simple indicio, las previsiones electorales del 2025, donde el espectro político derecha-liberalismo-centro se impone a nivel global, tal como muestran sitios especializados de apuesta como kalshi.com. O bien, las crecientes dificultades financieras de muchas empresas, como Disney, Jaguar o la cervecera Anheuser-Busch InBev, que muestran que volverse abiertamente progresista, significa cada vez más fracasos en el mercado, el boicot de los consumidores y publicidad negativa. Arruinarse para las empresas del capitalismo woke es una nueva realidad empresarial.
Fenómenos e iniciativas con los que esa izquierda iliberal se disfrazó están en bancarrota, tales como “corrección política”, “cultura de la denuncia”, “cultura de la cancelación”, concienciación y muchos otros términos: iniciativas DEI, corporaciones progresistas, conciencia corporativa, empresas progresistas, discriminación positiva, políticas ESG (ambientales, sociales y de gobernanza), DEI (diversidad, equidad e inclusión), BDS (boicot, desinversión y sanciones), objetivos del milenio, índices de capital corporativo, departamentos, capacitaciones y políticas de inclusión y diversidad LGBTQ+, política de identidades, lenguaje no sexista…
El segundo triunfo presidencial de Donald Trump, marca ahora el quiebre de ese paradigma, llamado “cultura woke” para abreviar. Hoy uno ve el veloz y continuo desinflamiento de esta cultura, con la abjuración de muchos de sus principios y prácticas por parte de partidos, medios de comunicación, empresas, universidades, gobiernos, quienes están enviando señales de que se está produciendo un giro cultural de enormes proporciones. Walmart en EEUU ha anunciado, por ejemplo, una reversión de sus iniciativas de diversidad, equidad e inclusión (DEI). Disney incluso fue más clara (o cínica si se quiere), al anunciar recientemente el abandono de toda “agenda política”. Antes, otras empresas estadounidenses como Ford, John Deere, Lowe’s y Molson Coors se retiraron de sus compromisos con los criterios DEI y similares. En Iberoamérica, estas señales aún no son muy visibles, pero se van dando.
En países como México, vemos aún una cultura woke en ascenso, por ejemplo en la expurgación y remoción de críticos, periodistas y académicos de los medios de comunicación y centros educativos, y la proscripción de términos y visiones en la lucha política y la discusión pública; el acatamiento de estas prácticas por parte de los actores institucionales y corporativos es una especie de necesario juramento de lealtad al progresismo, una prueba de fuego progresista para marcar una sumisión total a sus agendas artificiales y descartar a los practicantes del pensamiento libre. Entre más rápido se distancien medios y actores institucionales hoy de esos principios, menos sufrirán su credibilidad y patrimonio cuando irremediablemente tengan que darle la espalda, sea por simples razones demográficas, creciente hostilidad contra lo woke, hartazgo social contra su intolerancia y la soberbia de creer que todo exceso les sería perdonado por ser “víctimas sociales”, o sus decrecientes resultados financieros y de rating y en muchos otros órdenes. Inevitable eso sucederá. La cultura woke o la concienciación está en retirada más y más: escuchamos todos los días el murmullo de su derrumbe.
En tal sentido, el campo para los libertarios para divulgar nuestras ideas y buscar ponerlas en práctica, se abre promisoriamente, en terreno fértil. Pero eso no está exento de riesgos. Uno, el más notorio: el riesgo de que el lugar del iliberalismo de izquierda, sea retomado ahora por el iliberalismo de Derecha. También abundan las señales en esa dirección, hasta que nuevamente el movimiento del péndulo se produzca nuevamente, porque tanto Derecha como Izquierda crean a la larga sus propios anticuerpos, muy rabiosos.
Quedarse entrampado en la polarización Derecha/Izquierda no es promisorio ni anuncio de buenas cosas. Al respecto, mucha sociedades iberoamericanas presencian ya de por sí una creciente polarización, que solo tiende a acentuarse con ambos gemelos ideológicos en pugna (dado que los dos son estatistas en cuanto les es muy cómodo usar al estado y sus mecanismos para imponer sus caprichos ideológicos), y en ese escenario la polarización amenaza no tanto en un enfrentamiento civil como en una parálisis de la que será muy difícil salir. El riesgo político crecientemente posible, es quedar como una región atrapada en una confrontación política sin salida, donde Izquierda y Derecha no exponen ideas ni proyectos, sino que explotan creencias, sentimientos y culpas, y mucho, mucho analfabetismo económico.
Frente a ese escenario, los libertarios muchas veces nos hemos dedicado a mirarnos el ombligo, permitiéndonos sólo elegir entre uno u otro para evitar el mal mayor: escoger entre derogar el izquierdismo empobrecedor o mantener en pie el muro de la civilización occidental.
A quienes estamos preocupados por el ascenso al parecer vertiginoso de la Derecha y muchos de sus valores persecutorios y vindicativos, solo nos queda analizar lo que ha sucedido y hacer una sana y necesaria autocrítica: reconociendo en qué hemos fallado los libertarios, o donde no hemos sido lo suficientemente acertivos ni emprendedores, y lograr ahora sí ofrecer una alternativa real ante los retos de nuestras sociedades, especialmente de los grupos poblacionales más jóvenes, mediante propuestas bien dichas y articuladas, y un proyecto político atrayente y consistente. Ya no ideas desarticuladas o expresadas solamente con la autosuficiencia de académicos y profesores, sino con las realidades y el lenguaje de la gente común y corriente.
Estamos frente a ese escenario y esa necesidad por parte nuestra. Y más no vale aprovechar el envión actual, del Titanic woke que se hunde, ponernos las pilas y actuar. De lo contrario, seguiremos cultivando para que otros recojan los frutos, lo que significaría una Iberoamérica más dividida y con un capitalismo de cuates más enquistado, tóxico y empobrecedor.
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