La reciente escaramuza entre Donald Trump y el gobierno mexicano (por ahora en una inquietante pausa), amenazando a éste con imponer aranceles a todo producto mexicano exportado a EEUU, una vez que ocupe la Casa Blanca, si el gobierno de Claudia Sheinbaum no resuelva la migración ilegal que llega a EEUU desde México, así como el tráfico de fentanilo, que es responsable de dos tercios de las más de 100 mil muertes de estadounidenses por sobredosis de drogas, solo en 2023.
Para muchos estadounidenses, México es el epicentro de la crisis de muertes por sobredosis y de la “invasión” de indocumentados a EEUU: según estadísticas gubernamentales, durante la administración Biden han cruzado a EEUU más de 8 millones de indocumentados. Y el número de detenciones solo crece: En 2022 las autoridades norteamericanas realizaron 2,7 millones de detenciones de inmigrantes indocumentados, de los cuales 823.057 fueron migrantes de origen mexicano, 238 mil guatemaltecos, 225 mil cubanos, 215 mil hondureños, 164 mil nicaragüenses, 131 mil colombianos, y 97 mil salvadoreños.
El presidente electo Donald Trump ha amenazado con “deportaciones masivas” de inmigrantes indocumentados, a través del programa de “expulsión acelerada”, junto con redadas en vecindarios y lugares de trabajo, llegando a sugerir que lo haría con apoyo militar. La deportación acelerada permite deportar rápidamente a personas sin el debido proceso si se determina que entraron a EEUU sin documentos de inmigración y han estado en el país por menos de dos años. Los deportados bajo expulsión acelerada pueden ser detenidos y deportados sin necesidad de comparecer antes frente a un juez de inmigración.
Vistos con objetividad, ambos temas escapan a la solución de las autoridades mexicanas y de EEUU: ni EEUU con el enorme aparato gubernamental y militar, y sus incontables recursos ha logrado detener ambos fenómenos. Son en realidad problemas irresolubles en las circunstancias actuales y en las condiciones exigidas por Trump. La migración ilegal y el tráfico de drogas tienen razones y causas muy profundas, que no se resuelven con prohibiciones ni con nuevas guerras. Basta ver los trágicos resultados de la Guerra contra las Drogas, iniciada por el gobierno norteamericano en 1971 y la irrefrenable marea humana de los últimos veinte años, en donde los intentos por moldearla y contenerla sólo han acrecentado las penalidades, las muertes y la explotación de los migrantes indocumentados, acelerados por nuevos fenómenos como el crimen organizado, sin realmente hacer mella en el fenómeno.
El fentanilo es hijo directo del prohibicionismo, buscando los carteles criminales alternativas más productivas y fáciles de transportar frente a la prohibición y persecución de drogas como la heroína o la cocaína, y de la Guerra contra las drogas. En tal sentido, prohibirlo constitucionalmente, como ingenuamente hicieron recientemente las autoridades mexicanas para satisfacer a Trump, solo significa esconder la cabeza y crear las condiciones para que en el mercado haya drogas más fuertes y redituables en el futuro. Tal como apunta la reciente nota de cómo los carteles mexicanos ya están trabajando para no depender del suministro chino de precursores del fentanilo.
La migración ilegal a EEUU tampoco podrá resolverse solo colocando un muro decorativo en la frontera entre México y Guatemala, aunque pareciera que tal sería una “solución” muy bien vista por Trump. Las invivibles condiciones de vida que han generado los regímenes del Socialismo de siglo XXI y el capitalismo de amigos en prácticamente toda América Latina, no permiten suponer que una simple prohibición, un muro o solo actividades de patrullaje y detención, solucionarán esto. En gran medida, los regímenes fallidos de Venezuela, Cuba y Nicaragua (y ahora Mexico también, después de que se redujo fuertemente la migración mexicana a EEUU) empujan una nueva ola de inmigración en todo el hemisferio.
Es bueno siempre recordar a Thomas Sowell, quien escribió: “El hecho de que tantos políticos sinvergüenzas y mentirosos sean exitosos no es sólo una reflexión para ellos, sino también para nosotros. Cuando la gente quiere lo imposible, solamente los mentirosos pueden «satisfacernos»”. Y ciertamente los temas de migración y fentanilo abordados desde la óptica de Trump son irresolubles. Así que mejor trabajar para avanzar en su abordaje conjunto hasta donde sea políticamente posible.
Trump está obligado a dar buenos resultados sobre ambos temas a su electorado, porque así lo ofreció una y otra vez. y en tal sentido, el gobierno mexicano debiera comprender que ayudar a dar una imagen de victoria a Trump, destensaría muchos problemas, en lugar de ponerse a discutir públicamente con él o envíarle ridículas cartas, que son básicamente para consumo de la ya convencida feligresía chaira mexicana. Ambos temas son realidades ineludibles y lacerantes, que obligan al gobierno de Sheinbaum a un mayor activismo y a hacerse cargo de ellos, en lugar de barrerlos bajo la alfombra, como hasta ahora.
En ambos problemas el próximo gobierno de Trump y la administración de Sheinbaum están obligados a cooperar con la mejor buena fe, sin recriminaciones ni mezquindades. Eso iría en beneficio de sus gobiernos y de sus nacionales, mientras que las represalias y los reclamos vengativos solo acrecentarán esos problemas hasta pudrirlos e impedir su abordaje conjunto.
En cierta medida importante, la agenda de dificultades con el nuevo gobierno de EEUU es un asunto de percepción: la creencia de Trump y de muchísimos actores norteamericanos de que México no hace lo suficiente o peor aún, que sabotea conscientemente el TMEC y la amistad con EEUU. Cambiar dicha percepción debiera estar en el primerísimo lugar de tareas pendientes de Sheinbaum y de su administración.
En tal sentido, nuevo gobierno mexicano debiera identificar el real objetivo del país: un mejor bienestar para los mexicanos, mediante el fortalecimiento del tratado comercial con EEUU y Canadá, en lugar de dinamitarlo, y fortalecer la cercanía con nuestros socios reales, empezando por los estadounidenses, no con los regímenes criminales de Cuba o Venezuela, ni mucho menos con Rusia y China. Es decir: va en beneficio del país y de su propio gobierno, que Sheinbaum busque alinear más estrechamente la postura mexicana con las políticas estadounidenses hacia Cuba, Nicaragua y Venezuela, y también a China y Rusia.
Claro: eso significa pedir a Sheinbaum y a sus colaboradores, altura de miras y dejar a un lado los anteojos ideológicos de la izquierda más rupestre, vindicativa y mafiosa a la cual se afilian, y archivar en el fondo del escritorio el discurso vacío de la “soberanía” o los “perdones”, que dan buenos dividendos electorales, pero no resuelven problemas. Probablemente no sean capaces de tanto. Pero podrían hacerlo si quisiera, sin representarle muchos costos políticos, más allá de su propio partido, y a cambio demostraría a Trump que Estados Unidos tiene en México un socio confiable para resolver conflictos, no un rompecabezas, y que no es necesario echar mano de medidas punitivas unilaterales para alcanzar sus objetivos. Mas recordemos que es muy difícil conseguir que alguien entienda algo, cuando su trabajo es justamente no entenderlo: Sheinbaum y sus lacayos fueron puestos allí precisamente para destruir el bienestar de los mexicanos y ayudar en la destrucción de EEUU.
La oportunidad de reencarrilar la relación con EEUU e iniciar con el pie derecho con Trump, estas en la cancha de Sheinbaum. La nominación de Christophe Landau, ex embajador de Trump en México, como subsecretario de Estado, puede ser una magnífica oportunidad para lograr el puente confiable y cercano que en meses el gobierno mexicano no ha logrado establecer. Pero esa oportunidad se agotará el próximo 20 de enero, con un costo muy alto para la economía mexicana y millones de trabajadores mexicanos ilegales en EEUU. A las sanciones ya anunciadas por Trump, podrían venir otras y más duras a lo largo de los próximos cuatro años: realmente ningún otro socio cercano de EEUU tiene tanto que perder con la estrategia vindicativa de Donald Trump como México, y ninguno está tan poco preparado y desguarnecido como para lidiar con el desafío que representa.
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