Cuatro tesis sobre la simbiosis entre la estupidez y el autoritarismo

Si el autoritarismo es un incendio, la estupidez es el oxígeno que lo mantiene ardiendo. No es simplemente un defecto individual, sino un fenómeno colectivo explotado sistemáticamente por el poder. A través de cuatro lentes —económica (Cipolla), política (Arendt), moral (Bonhoeffer) y epistemológica (Russell)— podemos trazar un mapa de cómo la estupidez es el cimiento, el combustible y el escudo de los regímenes autoritarios.

A través de cuatro tesis, todas ellas ajenas, me propongo demsotrar que para que exista un regimen autoritario, también es necesaria una masa más que propensa, dispuesta, ¿qué digo dispuesta? Volcada con entusiasmo vocacional a la estupidez.

(1) La estupidez es estructuralmente útil (Cipolla): Los estúpidos son herramientas invaluables del poder porque siguen órdenes sin importar el daño que causen.
(2) La estupidez es funcionalmente necesaria (Arendt): Permite que el mal se ejecute de manera burocrática sin resistencia interna.
(3) La estupidez es moralmente inquebrantable (Bonhoeffer): No se corrige con educación, porque es una elección ética de conformismo.
(4) La estupidez es epistemológicamente peligrosa (Russell): Se refuerza con certezas dogmáticas que eliminan la duda y el pensamiento crítico.

A través de estas cuatro dimensiones, el retrato completo del estúpido como indivduo y su contraparte social: la masa, forman el caldo de cultivo perfecto para que un regimen autoritario de corte socialista, fascista, capitalista de estado, mercantilista o populista del tipo alfa, obtenga el combustible necesario para su éxito, medido por el nivel de degradación económicoa, cultural y moral de sus fieles imbéciles.


1. Cipolla: La Estupidez como Fuerza Económica Destructiva

Carlo M. Cipolla, en Las Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana, define al estúpido como aquel que causa daño a los demás dañándose a sí mismo o sin obtener beneficio propio. En tiempos de autoritarismo, estos individuos son el recurso más valioso del poder:

Son los ejecutores del absurdo: Siguen órdenes dañinas sin cuestionarlas, generando un sistema ineficiente, gelatinoso, pasmoso, pero altamente disciplinado.

Son la el lastre perfecto: Su número y persistencia impiden que la inteligencia prospere o se organice contra el régimen. Son la afirmación misma del principio democrático, tal como le gusta definir democracia a los autoritarios. Tienen la razón porque son mayoría, son mayoría por que tienen la razón.

Son un magnífico factor de desgaste: A diferencia del malvado, que actúa con cálculo, el estúpido actúa por inercia, drenando la energía de la resistencia. Son el Jiu-Jitsu contra cualquier iniciativa de reforma encaminada a la individuación.

Si el totalitarismo fuera una empresa, la estupidez sería su subsidio más rentable. Y si atendemos al presupuesto, para el poder ya lo es.


2. Arendt: La Estupidez como Herramienta del Mal Burocrático

En Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt introduce la idea de la “banalidad del mal”: el horror no es perpetrado por sádicos conscientes, sino por burócratas mediocres que siguen órdenes sin pensar.

Eichmann como paradigma: No era un monstruo ni un ideólogo, sino un funcionario sin imaginación, un engranaje eficiente pero sin pensamiento crítico.
La estandarización de la estupidez: Los regímenes autoritarios no necesitan que la mayoría sean fanáticos, solo que sean incapaces de cuestionar su rol en la maquinaria del poder.
El conformismo como blindaje: El miedo al castigo y la comodidad de la obediencia hacen que la mayoría prefiera la estupidez funcional antes que la reflexión peligrosa.

Aquí la estupidez no es simple ignorancia, sino una renuncia activa a pensar.


3. Bonhoeffer: La Estupidez como Problema Moral Inquebrantable

Dietrich Bonhoeffer, en La Estupidez como Problema Moral, advierte que la estupidez no es solo una cuestión de intelecto, sino de ética:

La estupidez es voluntaria: No es falta de información, sino una entrega al dogma y la comodidad de la conformidad.
El estúpido es más peligroso que el malvado: Porque el mal puede ser enfrentado, pero el estúpido es inmune a la razón.
El autoritarismo no impone la estupidez: la recompensa: En un régimen totalitario, ser obedientemente estúpido es la mejor estrategia de supervivencia.

En resumen, la disidencia, el libre pensamiento y, en consecuencia, la inteligencia es castigada; la estupidez, promovida.


4. Russell: La Estupidez como Defecto Epistemológico

Bertrand Russell, con su enfoque escéptico y su lucha contra el dogmatismo, añade una dimensión crucial a esta teoría:

El problema no es la ignorancia, sino la certeza injustificada: “El problema del mundo es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes llenos de dudas”.
El autoritarismo prospera en la certeza dogmática: Mientras más segura está una persona de una mentira, más difícil es liberarla de ella.
La estupidez como epidemia social: La propaganda no crea fanáticos, solo refuerza certezas falsas en aquellos que ya han renunciado a cuestionarlas.

En tiempos de autoritarismo, la duda es peligrosa, pero la fe ciega en el régimen es recompensada.


La Estupidez Como Arma de Control

Combinando Cipolla, Arendt, Bonhoeffer y Russell, obtenemos una teoría unificada: La estupidez está destinada a romper las instituciones que podrían salvar a las sociedades y los individuos; la estupidez es un bucle que se retroalimenta; la estupidez crea otras instituciones informales que deslavan la responsabilidad para impulsar la indolencia; la estupidez crea su propia estética y se regodea en ella.

Por eso, en cualquier régimen autoritario, los inteligentes dudan, los malvados conspiran, pero los estúpidos mandan.

El antídoto pasa por unas cuantas dosis de desenamoramiento, crítica e imaginación, que si llegan a florecer en responsabilidad, pueden generar cambios extraordinarios. Pero eso lo platicaremos en otro post menos pesimista, lo prometo.

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