La Cuarta Transformación ha degradado la retórica política a niveles grotescos, que harían sonrojar incluso a los aduladores más avezados, si los aduladores tuvieran vergüenza.
En el retórica de la demagogia, tres características destacan con un brillo particularmente nefasto: la cursilería dirigida hacia el líder, el entreguismo descarado y la relativización, cuando no la aniquilación, de la legalidad.
El culto a la personalidad que presenciamos en México, con su tono lastimero y melodramático, evoca inevitablemente el “aplauso mariposa” de Corea del Norte. Allí, las masas se ven obligadas a aplaudir con la gracilidad de una mariposa, en un gesto que exuda sumisión y miedo. Aquí, en el país del “yo tengo otros datos”, la idolatría es igualmente sofocante, aunque se camufle bajo el manto de un supuesto amor al pueblo. La misma sumisión, la misma farsa, solo que en lugar de aplausos, tenemos abrazos y discursos edulcorados que encubren la realidad con un terciopelo de mentiras.
Esta misma semana vimos a Lorreta Ortiz, Ministra de la Suprema Corte, declararse abiertamente morenista-obradorista, es decir, se arrastró ante el sólo nombre del amado líder y confesó al menos dos crímenes en 1 minuto. También atestiguamos a una legisladora usar la tribuna para patetizar desaforadamente (sic) sobre su dependencia emocional del presidente más ladrón y con peores resultados en homicidios del que se tenga reigstro
El entreguismo, otra joya de esta transformación, se disfraza de “nacionalismo”, de la opción por los pobres; mientras entrega la soberanía al capricho del poder. El gobierno se presenta como el único redentor capaz de salvar al pueblo de sí mismo, exigiendo obediencia ciega y delegando en sí mismo el poder de decidir qué es justo, qué es legal, y qué debe ser permitido. En este teatro del absurdo, la ley no es más que un guion adaptable, según el interés de la trama que se quiera contar.
Para los que aún creen en la capacidad del gobierno de regular la vida social sin corromperla, estas características deberían ser una advertencia. La farsa de la Cuarta Transformación no es más que un reflejo distorsionado de regímenes que ya han pasado por el mismo camino: el de la destrucción de la libertad en nombre de una promesa vacía de bienestar colectivo.
La opción del libertarismo por reducir la esfera, el poder y el peso del gobierno no es un capricho ni un incidente histórico, no es el fruto de una coyuntura ni el resultado de un pendular ideológico predestinado o inevitable. Es la lógica de entender que este patetismo que muta a groseras ilegalidades y autoritarismo, es el resultado natural de la forma democrática populista emocional de los tiempos presentes. Posibilidad siempre constante mientra elijamos narcisos electos a través de la distorsionada capacidad de prometer sin empacho, que es la tentación constante de los gobiernos obesos.
La opción libertaria exige enfrentar estos excesos en la acumuación del poder.
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