En el debate sobre la libertad, pocos ensayos han sido tan influyentes como “Dos Conceptos de Libertad” de Isaiah Berlin. Su distinción entre la libertad negativa y la libertad positiva no solo ha definido la discusión académica, sino que también ofrece una advertencia crucial para quienes valoran la autonomía individual. Sin embargo, la noción de libertad positiva, si no se maneja con cuidado, puede degenerar en autoritarismo, una realidad que la historia nos ha mostrado con resultados devastadores.
La libertad negativa, según Berlin, es la ausencia de interferencia: la capacidad de actuar sin que otros restrinjan nuestras acciones. Para los libertarios, esta es la única forma auténtica de libertad. Representa el derecho de cada individuo a vivir según su propio plan, sin la intromisión de un estado paternalista que dicte lo que es mejor para su vida. Friedrich Hayek y Ludwig von Mises, ambos defensores acérrimos del mercado libre, coinciden en que la libertad negativa es esencial para una sociedad próspera y libre. Según ellos, cualquier forma de intervención estatal que restrinja esta libertad no solo es inmoral, sino que pone en peligro la estructura misma de una sociedad libre.
En contraste, la libertad positiva se centra en la idea potencial de “ser tu propio amo”, de actuar conforme a tu “verdadero yo”. A primera vista, esto puede parecer una visión noble de la libertad: la idea de que todos debemos ser libres no solo de interferencias externas, sino también de nuestras propias limitaciones internas. Pero, como advierte Berlin, este concepto está plagado de peligros. La libertad positiva puede ser manipulada para justificar la coerción. Cuando se afirma que una élite o el estado conoce mejor que los individuos lo que significa ser verdaderamente libre, se abre la puerta a la opresión.
Históricamente, esta perversión de la libertad positiva ha justificado algunos de los regímenes más tiránicos. Stalin, bajo el pretexto de liberar a las masas de la opresión burguesa, impuso una dictadura brutal, alegando que sus acciones estaban dirigidas a alcanzar la verdadera libertad. El fascismo, bajo una lógica similar, sacrificó la libertad individual en nombre de un ideal colectivo. En ambos casos, la libertad positiva fue usada como una herramienta para consolidar el poder, silenciando la disidencia y suprimiendo cualquier forma de oposición bajo la excusa de un bien mayor.
La confusión surge cuando se identifica la libertad individual con la voluntad de la colectividad o el estado. Berlin advierte que, cuando la libertad se redefine como la participación en la autodeterminación colectiva, se justifica la represión en nombre de un ideal superior. Este tipo de pensamiento conduce inevitablemente al autoritarismo. La libertad, en esta versión distorsionada, se convierte en una obligación de alinearse con un todo colectivo, donde cualquier divergencia es vista como traición. Es aquí donde la libertad positiva se transforma en su opuesto: una justificación para la tiranía.
Es crucial que, al defender la libertad, no caigamos en la trampa de confundirla con un ideal abstracto que, en su aplicación, puede despojar a los individuos de su autonomía. La verdadera libertad es negativa, y su preservación depende de reconocer y resistir las tentaciones autoritarias que a menudo se disfrazan bajo la noble bandera de la libertad positiva. El camino hacia una sociedad justa no está en imponer un concepto de libertad desde arriba, sino en garantizar que cada persona tenga el derecho y la capacidad de trazar su propio destino, sin interferencias coercitivas.
Cuidado con aquellos que en nombre de la libertad imponen valores incuestionables o pensamiento único.
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