La película Conclave (2024) acaba con un giro simbólico: un cardenal negro se convierte en Papa. Hollywood sonríe. La crítica aplaude. La representación ha llegado al Vaticano. Los nostradamusianos hacen su agosto en abril. En este presente líquido, claro, y en concordancia con el zeitgeist de Netflix/Disney el personaje es negro Y progresista, casi como si su color de piel necesitara un salvoconducto ideológico para cruzar las puertas de la Capilla Sixtina sin levantar sospechas.
Ahora imaginen lo contrario: que el próximo Papa fuera negro… y conservador. Boom. Cortocircuito cultural. Los mismos que alzaron pancartas por la inclusión correrían a preguntarse si el Espíritu Santo ha sido infiltrado por la ultraderecha global. Porque lo que realmente está en juego no es el color de piel, sino la obediencia al guion. Un papa negro que celebre la misa en latín, que condene la ideología de género, que defienda la ortodoxia doctrinal, y que no necesite sonreír para complacer al New York Times, es un símbolo que no pueden controlar. Y eso los aterra.
África, la herejía del crecimiento
En los márgenes del mapa, donde el secularismo europeo ya no dicta la pauta, hay algo que crece. África no solo exporta vocaciones y santidad, sino que empieza a reclamar su lugar en el tablero. No como víctima, ni como cuota identitaria, sino como reserva espiritual de una Iglesia que en Occidente ha olvidado su voz.
El cardenal Robert Sarah es la encarnación de eso: oración, silencio, ascetismo. Sin sonrisas para las cámaras ni discursos ambiguos para las ONG. Pero claro, no se ajusta al casting progresista. Es negro, sí, pero de misa tridentina. Un horror para Netflix.
La trampa de la diversidad domesticada
Querían diversidad, pero con manual de uso.
Querían inclusión, pero sin doctrina.
Querían un Papa negro… pero que votara como en Bruselas.
Lo que asusta de Sarah no es su piel, sino su falta de docilidad frente al zeitgeist. Su perfil pone en evidencia una pregunta que muchos prefieren esquivar:
¿Querías diversidad real o solo querías ver tu reflejo en una túnica de otro color?
¿Puede Sarah ser Papa?
Políticamente, sus posibilidades son escasas. No lidera bloques, no hace campaña, no mueve hilos. Pero su figura pesa. Su nombre se menciona cuando el cónclave se atasca. Porque hay algo en su presencia que recuerda lo que muchos han olvidado: que la Iglesia no necesita ser trendy, sino eterna.
Y si llegara a ser electo, no lo sería por ser negro, ni a pesar de serlo, sino porque representa una fe que no pide permiso para ser vivida con seriedad. Esa fe que ya no necesita el aplauso del mundo.
Podeis iros en paz…
Si el próximo Papa fuera africano y ortodoxo, la cultura global entraría en pánico. Los hashtags no sabrían qué hacer. Las universidades harían malabares teóricos. El Vaticano se volvería, por un momento, el espejo roto del siglo XXI.
Porque a veces, el Espíritu Santo no baja por la escalera del consenso, sino que entra por la ventana y desordena la casa entera.
Deja un comentario